Hago cola para pagar en la caja de un centro comercial.
Me entretengo observando a la cajera.
Tez morena, de mediana edad, latinoamericana, aunque no puedo precisar la nacionalidad.
Su sonrisa capta mi atención.
De las que no se aprenden en un cursillo, reflejando una bondad natural, otra forma de mirar la vida; algo que, desgraciadamente, cada vez echo más en falta aquí.
Ella procede en su quehacer con serena parsimonia.
Percibo las expresiones de impaciencia de los que me preceden en la fila.
Hemos convertido la rapidez en un valor supremo, en lo único que importa.
Si fueramos capaces de ponernos en su pellejo, quizá apreciaríamos que nada en su rostro y en su forma de actuar refleja el más que seguro escaso salario, las jornadas laborales interminables, el dolor de una espalda cansada de arrastrar paquetes por esa cinta que nunca funciona...
Llega mi turno y la saludo.
Me esfuerzo en ser igual de amable que ella.
Intento estar a su altura.
Pago la compra, me despido y le doy mis gracias más sinceras.
Me devuelve una preciosa sonrisa.
Y dirijo mi carrito hacia la rampa que lleva al aparcamiento.
miércoles, 14 de mayo de 2008
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