"Antes de la guerra, Camboya era un país independiente y neutral con una población de 7,7 millones de habitantes.
1970: golpe de estado contra el príncipe Sihanouk, extensión de la guerra de Vietnam, bombardeos americanos, guerra Civil. 600000 muertos.
17 de abril de 1975: victoria de los jemeres rojos.
Población desplazada, ciudadanos expulsados, escuelas cerradas, moneda abolida, religiones prohibidas, campos de trabajos forzados, vigilancia, hambre, terror, ejecuciones.
Un genocidio: 2 millones de muertos."
1970: golpe de estado contra el príncipe Sihanouk, extensión de la guerra de Vietnam, bombardeos americanos, guerra Civil. 600000 muertos.
17 de abril de 1975: victoria de los jemeres rojos.
Población desplazada, ciudadanos expulsados, escuelas cerradas, moneda abolida, religiones prohibidas, campos de trabajos forzados, vigilancia, hambre, terror, ejecuciones.
Un genocidio: 2 millones de muertos."
Aunque lo he intentado, no he sido capaz de describir brevemente con mis palabras, y menos de una forma tan despojada como veraz, la realidad de lo ocurrido en Camboya durante los últimos 40 años. Es por eso que he recurrido a la explicación que se da al comienzo de "S-21: la máquina roja de matar", la sobrecogedora película documental con la que el director camboyano Rhitty Panh confrontó a víctimas y verdugos, presos y carceleros, torturadores y torturados, de Tuol Sleng.
Pasó desapercibido entre euforias deportivas, prohibiciones taurinas y la ya habitual en verano lista de hechos irrelevantes elevados a la categoría de noticia: la semana pasada , un tribunal internacional, que cuenta con el beneplácito de las autoridades camboyanas, condenaba a 35 años de prisión a Duch, el sanguinario responsable de la tortura y asesinato de más de 15000 seres humanos en Tuol Sleng, el centro de detención de los jemeres rojos en Phnom Penh. Dentro de 18 años, Duch quedará libre.
La indignación se ha apoderado de un pueblo atormentado, donde no existe persona que no padezca hoy día, directa o indirectamente, las secuelas de uno de los genocidios más infames jamás concebidos.
Sin lugar a dudas, el momento más triste de mi viaje a Camboya fue la visita a Tuol Sleng, el S-21, antiguo instituto de secundaria, hoy Museo del Genocidio.
Un día limpio, cielos azules, brilla la hierba verde, una tranquilidad y un silencio que impregna todo el recinto, aun encontrándose inmerso en pleno centro de la capital. Se hace díficil imaginar cuanto dolor y sufrimiento albergan los muros de este lugar. Cuando has conseguido imaginarlo, te sientes culpable de estar ahí, de convivir con la memoria pasada del horror.
Recorro la planta inferior del primer pabellón y sus habitaciones desnudas; en algunas de ellas, tan sólo un simple somier metálico y alguna fotografía dan constancia de su uso como potro de torturas. En el suelo, permanecen los restos parduzcos de la sangre de las víctimas.
El método de trabajo de los responsables de Tuol Sleng era extremadamente sencillo: eras detenido, torturado hasta confesar tu delito o delatar a otros, y después asesinado; acto seguido, se detenía a los delatados y a toda su familia, niños incluidos, y se les aplicaba el mismo tratamiento, en una macabra y sangrienta rueda infinita. Los detenidos no sabían por qué eran detenidos ni qué crimen confesar para acabar con su agonía.
En una sala del segundo pabellón, un mural nos muestra el rostro joven de unos muchachos, casi críos. Le pregunto ingenuamente a Sapuan, mi guía, de qué tipo de delito se podía acusar a gente tan joven: "Estos no son las víctimas, son los torturadores", me responde.
En el siguiente pabellón, las puertas entre salas están arrancadas para facilitar la vigilancia de los prisioneros. En la segunda planta, unos muros de ladrillo compartimentan las sala en celdas individuales de 0,8 x 2 metros, destinadas a mantener a algunos de ellos aislados. La tercera planta, así como un pabellón anexo, estaba reservada a los prisioneros comunes. Allí debían permanecer, tumbados e inmovilizados con grilletes, a la espera de sus interrogatorios..
En otra sala , colgadas de las paredes , varias pinturas nos muestran las increibles brutalidades cometidas en la prisión y en los campos de trabajo: pertenecen a Vann Nath, uno de los 7 supervivientes que las tropas vietnamitas encontraron en Tuol Sleng cuando llegaron a Phnom Penh. El resto de prisioneros fue degollado por los jémeres rojos, antes de abandonar las instalaciones. Vann Nath es uno de los protagonistas de la película "S-21...". y en ella nos contaba cómo el hecho de que su pintura fuera del agrado de los líderes jemeres le permitió sobrevivir. A Nath le atormenta que otros pintores que estuvieran antes que él, y posiblemente con más talento, no corrieran su misma suerte. Sus pinturas son escalofriantes: un impresionante catálogo de toda la imaginación y crueldad que puede utilizar un ser humano para torturar o asesinar a otro. Personalmente, algunas de esas imágenes me acompañarán siempre, no se borrarán nunca de mi cabeza.
En una de las últimas salas, un mapa de Camboya, realizado con cráneos humanos reales. Los ríos y lagos están pintados de rojo, simbolizando toda la sangre derramada. Esa es la síntesis de la historia reciente de Camboya, la de un país víctima de su entorno convulso, de la guerra de Vietnam, de sus dirigentes corruptos (los de antes y los de ahora) , de los Estados Unidos y sus bombardeos masivos, de la locura salvaje de los jémeres rojos, pero también de las fuerzas de la ONU que en los 90 trajeron el SIDA y convirtieron el país en un enorme prostíbulo, y de las mafias locales e internacionales que trafican con niños y mujeres para abastecer a las redes ilegales de adopción y de prostitución.
En las entradas a los pabellones de Tuol Sleng existen carteles prohibiendo la risa.
Parece ser que a alguno de sus visitantes le resultan muy graciosas algunas de las cosas que descubren allá.
Cuanto malnacido hay en este mundo.
Pasó desapercibido entre euforias deportivas, prohibiciones taurinas y la ya habitual en verano lista de hechos irrelevantes elevados a la categoría de noticia: la semana pasada , un tribunal internacional, que cuenta con el beneplácito de las autoridades camboyanas, condenaba a 35 años de prisión a Duch, el sanguinario responsable de la tortura y asesinato de más de 15000 seres humanos en Tuol Sleng, el centro de detención de los jemeres rojos en Phnom Penh. Dentro de 18 años, Duch quedará libre.
La indignación se ha apoderado de un pueblo atormentado, donde no existe persona que no padezca hoy día, directa o indirectamente, las secuelas de uno de los genocidios más infames jamás concebidos.
Sin lugar a dudas, el momento más triste de mi viaje a Camboya fue la visita a Tuol Sleng, el S-21, antiguo instituto de secundaria, hoy Museo del Genocidio.
Un día limpio, cielos azules, brilla la hierba verde, una tranquilidad y un silencio que impregna todo el recinto, aun encontrándose inmerso en pleno centro de la capital. Se hace díficil imaginar cuanto dolor y sufrimiento albergan los muros de este lugar. Cuando has conseguido imaginarlo, te sientes culpable de estar ahí, de convivir con la memoria pasada del horror.
Recorro la planta inferior del primer pabellón y sus habitaciones desnudas; en algunas de ellas, tan sólo un simple somier metálico y alguna fotografía dan constancia de su uso como potro de torturas. En el suelo, permanecen los restos parduzcos de la sangre de las víctimas.
El método de trabajo de los responsables de Tuol Sleng era extremadamente sencillo: eras detenido, torturado hasta confesar tu delito o delatar a otros, y después asesinado; acto seguido, se detenía a los delatados y a toda su familia, niños incluidos, y se les aplicaba el mismo tratamiento, en una macabra y sangrienta rueda infinita. Los detenidos no sabían por qué eran detenidos ni qué crimen confesar para acabar con su agonía.
En una sala del segundo pabellón, un mural nos muestra el rostro joven de unos muchachos, casi críos. Le pregunto ingenuamente a Sapuan, mi guía, de qué tipo de delito se podía acusar a gente tan joven: "Estos no son las víctimas, son los torturadores", me responde.
En el exterior, un cartel nos recuerda el decálogo que regía el paso por Tuol Sleng de los detenidos:
1.Debe responderse a todas las preguntas. Contesta directamente a todas mis preguntas. Sin rodeos
2.No ocultes los hechos con excusas sobre ésto y a quello
3.No seas estúpido. Tú eres alguien que intentó enfrentarse a la revolución
2.No ocultes los hechos con excusas sobre ésto y a quello
3.No seas estúpido. Tú eres alguien que intentó enfrentarse a la revolución
4.Responda inmediatamente a mis preguntas, no tarde siquiera un segundo.
5.No me cuentes nada sobre la esencia de la revolución
6. Absolutamente prohibido gritar cuando recibas golpes o descargas eléctricas.
7. No hagas nada. Siéntate y espera órdenes. Si no hay órdenes, espera callado. Cuando se te ordene algo, házlo inmediatamente y sin discutir.
8.No intentes esconder tu rostro de traidor a la revolución con el pretexto de la Kampuchea Krom.
9. Por cualquiera de estas normas que no sea seguida en cualquier momento del día, recibirás látigazos y descargas eléctricas.
5.No me cuentes nada sobre la esencia de la revolución
6. Absolutamente prohibido gritar cuando recibas golpes o descargas eléctricas.
7. No hagas nada. Siéntate y espera órdenes. Si no hay órdenes, espera callado. Cuando se te ordene algo, házlo inmediatamente y sin discutir.
8.No intentes esconder tu rostro de traidor a la revolución con el pretexto de la Kampuchea Krom.
9. Por cualquiera de estas normas que no sea seguida en cualquier momento del día, recibirás látigazos y descargas eléctricas.
10. Si desobedeces cualquier punto anterior te daré 10 latigazos o 5 descargas eléctricas.
En el siguiente pabellón, las puertas entre salas están arrancadas para facilitar la vigilancia de los prisioneros. En la segunda planta, unos muros de ladrillo compartimentan las sala en celdas individuales de 0,8 x 2 metros, destinadas a mantener a algunos de ellos aislados. La tercera planta, así como un pabellón anexo, estaba reservada a los prisioneros comunes. Allí debían permanecer, tumbados e inmovilizados con grilletes, a la espera de sus interrogatorios..
En otra sala , colgadas de las paredes , varias pinturas nos muestran las increibles brutalidades cometidas en la prisión y en los campos de trabajo: pertenecen a Vann Nath, uno de los 7 supervivientes que las tropas vietnamitas encontraron en Tuol Sleng cuando llegaron a Phnom Penh. El resto de prisioneros fue degollado por los jémeres rojos, antes de abandonar las instalaciones. Vann Nath es uno de los protagonistas de la película "S-21...". y en ella nos contaba cómo el hecho de que su pintura fuera del agrado de los líderes jemeres le permitió sobrevivir. A Nath le atormenta que otros pintores que estuvieran antes que él, y posiblemente con más talento, no corrieran su misma suerte. Sus pinturas son escalofriantes: un impresionante catálogo de toda la imaginación y crueldad que puede utilizar un ser humano para torturar o asesinar a otro. Personalmente, algunas de esas imágenes me acompañarán siempre, no se borrarán nunca de mi cabeza.
En una de las últimas salas, un mapa de Camboya, realizado con cráneos humanos reales. Los ríos y lagos están pintados de rojo, simbolizando toda la sangre derramada. Esa es la síntesis de la historia reciente de Camboya, la de un país víctima de su entorno convulso, de la guerra de Vietnam, de sus dirigentes corruptos (los de antes y los de ahora) , de los Estados Unidos y sus bombardeos masivos, de la locura salvaje de los jémeres rojos, pero también de las fuerzas de la ONU que en los 90 trajeron el SIDA y convirtieron el país en un enorme prostíbulo, y de las mafias locales e internacionales que trafican con niños y mujeres para abastecer a las redes ilegales de adopción y de prostitución.
En las entradas a los pabellones de Tuol Sleng existen carteles prohibiendo la risa.
Parece ser que a alguno de sus visitantes le resultan muy graciosas algunas de las cosas que descubren allá.
Cuanto malnacido hay en este mundo.
5 comentarios:
Hola J Luis, que horror. Hace muchos años leí un libro que si no me equivoco era de javier moro, el pie de jaipur y hablaba sobre los jemeres rojos, era la primera vez que leía algo sobre toda esta tragedia. Pero me impresiona más todo lo de la trata de niños y mujeres por estar pasando justo ahora.
Tienes mucho valor de ir a ver un sitio así en tus vacaciones.
Gracias por contarnoslo.
Muchos besos.
Hola, Viola. A la vuelta de Camboya he estado recabando información sobre tantas cosas vistas en el país y realmente te sientes muy triste e impotente al ir descubriendo más y más datos descorazonadores. Es importante que el viajar no tape ojos, oidos y mente y te permita tomar conciencia del mundo en el que vives. Por lo menos intentarlo. Por mi parte, y aunque a veces no sea agradable, seguiré intentando contar aquí mis impresiones.Muchas gracias por tu atención y besos.
Una historia muy fuerte que no conocía, gracias por publicar sobre éste tema. Estoy de acuerdo en que además de viajar para ver cosas bonitas, se viaja para conocer el mundo, y muchas veces hay que ver cosas desagradables pero que no deben olvidarse.
Gracias a tí, Carol, por tu comentario. En vuestra atención e interés está la garantía de no olvidar.
Hay mucho sufrimiento, muchisimo dolor en esta entrada, me invade una tristeza enorme...no se que decirte, el ser humano es demasiado malo....
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