martes, 21 de octubre de 2008

La penumbra cercana

En las últimas semanas, uno de los libros mas vendidos en España es “La última lección”, basado en la última conferencia que Randy Pausch, profesor de Informática y experto en realidad virtual, impartió en la Universidad de Carnegie Mellon, el 18 de septiembre de 2007.

Ese día, Pausch anunció a los asistentes que el cáncer contra el que había estado luchando el último año había pasado a ser terminal y que le quedaban pocos meses de vida. Acto seguido, impartió su última lección, “Conseguiendo los sueños de tu infancia (Really achieving your childhood dreams)”, cuyo contenido, recogido en video y difundido por Internet, ha sido visionado por millones de espectadores en todo el mundo que lo han acabado convirtiendo en ejemplo de motivación, superación y esperanza .

Randy Pausch murió el 25 de julio de 2008, a la edad de 47 años.
Dejó atrás una esposa y tres hijos.

Ví este video completo el pasado verano. La versión íntegra dura casi 2 horas, aunque circulan varias versiones abreviadas.

En él, Randy Pausch, con gran sentido del espectáculo (algo al parecer innato y obligatorio en cualquier persona carismática que provenga de los Estados Unidos, y Pausch sin duda lo era) y apoyándose en numerosos elementos de atrezzo, nos explica como ha conseguido casi todos los sueños de su niñez, su determinación para que mucha otra gente consiguiera los suyos, y nos da una serie de consejos para caminar recto por la vida.

Parece ser que lo que más impresiona a quienes visionan esta conferencia es el entusiasmo y la vitalidad que desprende Pausch, aún siendo consciente del poco tiempo que le queda de vida. En uno de los momentos mas impactantes, Randy reconoce que, paradójicamente y a pesar de la enfermedad, se encuentra más en forma que nunca y, para demostrarlo, se pone a hacer flexiones ante el asombrado auditorio

Quieren que les sea sincero ?

Me he quedado bastante frío.
No voy a cuestionar la validez de lo que dice Pausch ni la utilidad que eso pueda tener para tanta gente, eso sería una estupidez. Tampoco voy a poner reparos a la entereza con la que se enfrentó a sus últimos días y a como aprovechó el impacto mediático generado a su alrededor para generar ayudas a la sanidad .

Lo único que digo es que nunca debemos olvidar que no somos Randy Pausch.
El gran problema de los libros de autoayuda ( y la lección de Pausch lo parece en muchos momentos) es que intentan que obtengamos de ellos lo que debemos extraer de nuestro interior, y lo que debemos extraer nos va a costar muchísimo más esfuerzo que saborear el bienestar efímero al leer unas líneas u oir unas frases y asentir con la cabeza pensando " guau, es cierto, cuanta razón tiene".

Piensenlo bien.
Randy Pausch era alguien muy brillante profesionalmente, totalmente entregado y apasionado con su trabajo (la mayoría de nosotros seguro que ni nos acercamos a su nivel, eso por sí solo no nos hace mejores ni peores), que creía firmemente que lograr los sueños de su infancia había dado sentido a su existencia (por esa regla de tres, yo pertenezco a una generación frustrada por no ser futbolista, policía o princesa, y lo mismo les debería pasar a los niños de hoy, cuando crezcan y no sean pinchadiscos, modelos, cantantes o famosos) y que luchó denonadamente contra la enfermedad que lo corroía por dentro (exactamente igual que hacen cada día, desgraciadamente, millones de personas en todo el mundo de forma anónima).

Nosotros no somos Randy Pausch, pero Randy Pausch era como cada uno de nosotros: un ser humano intentando llevar adelante su vida de la mejor forma que sabe y puede.

Saben en que momento de su lección me emocioné de veras ?

Al final de su intervención, invita a su esposa a subir al escenario.

Viendo el rostro de ella, pensé en mis queridos faros: ellos marcan el camino a seguir y salvan vidas con la potente luz que proyectan en la lejanía. Pero alrededor suyo, en el perímetro más cercano a su estructura, reina la penumbra.

Pensé en la brillantez de Pausch, en su entusiasmo, en la difusa frontera entre vida laboral y privada, en montones de sandwiches y cafés engullidos a toda prisa mientras revisaba sus proyectos o los de sus alumnos; en jornadas interminables llegando a casa, derrotado, bien entrada la noche; en llamadas de teléfono a horas intempestivas, en fines de semana frustrados.

Y pensé que quizá esta mujer hubiera preferido que su marido fuera un poco menos genial, que su vida hubiera sido un poco más aburrida, más como un mar en calma y no un torbellino febril, que lo habría cambiado todo por disponer de más tiempo junto a él para pararse a oler las rosas...

No sé, a veces, quizá pienso demasiado.

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