viernes, 8 de agosto de 2008

Dulces sueños



Tomé esta imagen un domingo de mediados de septiembre, en los alrededores del templo de Tsurugaoka Hachiman-gü, al norte de Kamakura.

Ese día, a mediodía, iba a haber una exhibición de tiro de arco a caballo, realizada por jinetes vestidos a la usanza tradicional.
El calor era sofocante, y la espera se hizo eterna.

A mi lado, una madre sostenía en brazos a este ángel durmiente, ajeno al bullicio circundante.

Nada, ni el calor, ni los avisos por megafonía pidiendo evitar el uso de flash para no alterar a los caballos, ni los gritos de los jinetes al disparar sus flechas, ni los "oohhh!" del gentío cada vez que ésto ocurría; nada, repito, consiguió sacar a esta niña de sus profundos sueños.

No sé a ustedes, pero a mí el rostro de un niño durmiendo me parece la expresión más perfecta de paz que conozco, es como si en él no hubiera cabida para nada de lo malo que vendrá después en la vida.
Como si la felicidad absoluta dependiera solamente de cerrar los ojos y abandonarse al sueño, y, una vez instalado en él, sólo quedara que alguien mire nuestro rostro y reciba, agradecido, el eco lejano de ese sentimiento.

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