jueves, 14 de agosto de 2008

Píxeles entrañables



La Tierra se ha convertido en un gigantesco e inhabitable vertedero.
Lo que queda de la raza humana vaga por el espacio en una nave fletada por la multinacional que destruyó nuestro planeta.
Dentro de la nave a los humanos -convertidos en seres obesos, incapaces de moverse y de pensar por sí mismos- sólo les queda una vida anestesiada bajo los designios de la omnipresente y todopoderosa corporación.

Este negro panorama es el que pinta “Wall-E” (Andrew Stanton, 2008), la excelente última producción de los estudios Pixar.

Wall-E es el único habitante de la Tierra, un robot que los humanos olvidaron desconectar y que se dedica a procesar todos los desperdicios que éstos dejaron antes de abandonar el planeta.
Pero no es una fría máquina: a base de seleccionar y reciclar los despojos de los humanos ha ido desarrollando una empatía hacia esta especie extinguida.
Wall-E guarda como un tesoro todo lo que le emociona, divierte o le inspira curiosidad, y echa de menos alguien con quien compartir todo eso.
Hasta que aparece Eva...

A “Wall-E” le falla un poquito (sólo un poco) la parte que transcurre en el espacio, pero su primera mitad en la Tierra - y algun pasaje aislado posterior- me parecen una cumbre de arte, emoción e inventiva visual del cine de todos los tiempos.

Wall-E, el robot, es su más brillante hallazgo y la prueba más clara de por qué Pixar ocupa el lugar que ocupa.

Viendo su relación con la cucaracha que le hace compañía, el mimo con el que trata sus objetos de valor, sus ojos acuosos cuando mira al cielo o una copia de video gastada de “Hello, Dolly”, su forma de cruzar los dedos, y, sobre todo, su inquebrantable voluntad de no perder a Eva, les será dificil no pensar que este ser doblemente artificial (por su condición de robot y por ser una creación de animación digital) es lo más entrañablemente humano (en el mejor de los sentidos) que van a conocer en mucho tiempo.

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