miércoles, 19 de noviembre de 2008

Setsuko

Un toro, con zarcillos en las orejas, tocando las castañuelas en pose flamenca.

Ooolé !

Indudablemente, estamos consiguiendo cambiar la imagen que se tiene de esta península fuera de nuestras fronteras.

Esta que ven es la primera página de un diccionario japonés-castellano. Uno de los dos que Setsuko adquirió para intentar comunicarse conmigo.

Conocí a Setsuko en la cafetería de la estación de ferrocarriles donde yo cogía el tren que me llevaba al lugar donde trabajaba.

Durante dos meses, de lunes a viernes ( y algún sábado), desayunamos juntos.
Setsuko llegaba siempre la primera a la cafetería, a las seis en punto de la mañana, cogía su desayuno, se sentaba a su mesa y me reservaba la de al lado. Yo llegaba 5 minutos después, y más tarde aparecían Kyouko y Toshiko, sus dos compañeras de trabajo.

Poco a poco, con la ayuda de los gestos y un surtido de diccionarios bilingues, fuimos sabiendo cosas de ambos.

Ella me hablaba mucho de su familia allá en Estados Unidos: su hija, casada con un americano, y su nieto.



Setsuko solía traerme pequeños regalos.
Los primeros fueron un muñequito y una agenda de Totoro (ella no lo sabía, pero a mí me encantan las películas de Hayao Miyazaki, su autor) , que me sirvió para ir tomando notas sobre Japón.

Me sería muy dificil enumerar todo lo que vino después: Songokus, castañas, onigiris, etc, y esa maravillosa cajita de origami que ven en la foto, en la que guardo el colgante que me regaló como despedida.

El día que me la entregó, no me encontraba muy bien de ánimos y no pude contener el llanto.

De regreso a España, la escribí para Navidades y me respondió con una postal. Este año, para Sant Jordi, le envié una cajita de bombones . Son tan sólo pequeños detalles; en realidad, nunca encontraré la manera de agradecerle el más grande y hermoso de todos los obsequios que me hizo: su compañía.

Y es que Setsuko fue lo más parecido a una madre que tuve en Japón.

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