lunes, 17 de noviembre de 2008

Un año después

La pasada semana se cumplió un año de mi regreso de Japón.
No es que estuviera pendiente de la fecha (no soy muy amigo de las efemérides) pero diferentes acontecimientos del calendario han hecho que la tenga bien presente.

Un año ya... ¿ Qué ha cambiado en mi vida ?

Nada.
Puedo decir que, aunque me ha costado, ya he vuelto a recuperar la normalidad que la rutina provee. Pese a todo, intento no dejarme arrebatar del todo esa fina lluvia (hecha de respeto y cortesía, de amabilidad y desprendimiento) que en Japón, poco a poco, con el transcurrir de los días, te empapa y te reblandece, limpiándote el corazón.

Y todo.
A veces, me siento como un personaje de una novela de Murakami y pienso que quien está ahora aquí es alguien muy parecido a mí, que habla y se comporta como yo, pero que la persona que yo era realmente, o parte importante de ella, quedó allá, sentada sobre las blancas arenas de la playa de Nabetahama. Presenciando el crepusculo reflejado en las aguas de la bahía de Tokyo. Contemplando al sol, convertido en una inmensa bola de fuego, sumergirse en el mar, desde lo alto del Umeda Sky Building de Osaka. Acompañando, hasta perderlas en la lejanía, a las balizas rojas nocturnas de los rascacielos tokyotas, desde la torre Mori. Embriagándose del silencio del amanecer en Hônen-in, un pequeño y retirado templo al este del Paseo de la Filosofia, en Kyoto. Rodeada de decenas de ciervos en Nara. Viendo aparecer tras una ladera por primera vez, esplendoroso, el monte Fuji. O despidiéndose de su gente más querida, en una triste y lluviosa mañana grís, en la estación central de Yokohama.

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