Hasta pronto, Haruki !
Con "Kafka en la orilla" he puesto fín, recientemente, a la lectura de la obra de Murakami traducida al castellano. Atrás quedan Kafka Tamura, Ôshimo y la espectral señora Saeki; también Hoshino, Nakata y sus gatos parlanchines.Y atrás queda Shikoku, la ciudad de Takamatsu y la biblioteca Ôkura.
Una de las experiencias más gratificantes del último año ha sido, para mí, el recuperar el hábito de la lectura de novelas. Ultimamente había relegado los libros a un segundo plano en favor de una lectura más inmediata y menos absorbente, como la que ofrecen diarios y revistas. Sin duda alguna, si hay algún factor determinante en ese reencuentro con la narrativa es haberme convertido en un asiduo de las bibliotecas.
De todas las que frecuento, mi favorita es la de Montgat, un pequeño pueblo de la costa catalana cercano a mi lugar de residencia.Situada en la ladera de una colina, desde sus grandes ventanales eres testigo de excepción de la hermosura del Mediterráneo. En los días de tormenta, cielo y mar se funden en un torbellino de grises; en los diáfanos, la línea del horizonte, precisa, como dibujada con un tiralíneas , divide el profundo azul marino del celeste algodonoso del cielo.
Me agrada coger libros de la estanterias, hojearlos y, de vez en cuando, dejar vagar la mirada y la imaginación hacia el exterior. También me gusta ver a chicos y chicas estudiar y trabajar en silencio, observar sus rostros curiosos y despiertos: ellos sí son el futuro. Y me encanta hablar con el personal de la biblioteca y compartir entusiasmo recomendándonos libros y discos.
Pero lo que más me gusta es pensar que allí, entre sus paredes, en su recogido y silencioso interior, laten un millón de personas, viven un millón de historias, existen un millón de mundos.
lunes, 2 de marzo de 2009
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