miércoles, 29 de abril de 2009

El niño Miyazaki

Esta pasada semana llegó a España - ¡por fín! (ha pasado casi un año desde su estreno en Japón)- Ponyo en el acantilado/ Gake no ue no Ponyo" (2008), la última joya de Hayao Miyazaki (Tokyo, 1941).

Inspirándose muy libremente en la tradición cuentística y fantástica universal ( aquí podríamos hablar tanto de "La sirenita", de Hans Christian Andersen, como de los relatos de Julio Verne), "Ponyo..." nos cuenta la historia de amistad y amor entre Ponyo, un pez que quiere dejar el fabuloso reino submarino de su padre -el hechicero Fujimoto- y convertirse en niña para estar con Sosuke, un niño de 5 años -hijo de un marino y una asistenta social- que vive en una casa en lo alto de un acantilado, junto al mar.

Los que disfrutamos con las películas de este genio la esperabamos con gran ansiedad, después del gran sabor de boca que nos había dejado El castillo ambulante/Hauru no Ugoku Shiro (2004).

La espera bien ha valido la pena, ya que “Ponyo en el acantilado” es otra obra maestra y, posiblemente, una de sus obras más radicales ( y más aún en esta época) en el fondo y en la forma.

En el fondo, porque Miyazaki asume de una forma rotunda el punto de vista infantil al contar la historia. Si me preguntaran qué es lo que más distingue a Miyazaki del resto de animadores (sólo Pixar es capaz de acercársele en algunos de sus trabajos) diría que él es el único capaz hoy día de hacernos sentir niños de nuevo, de sacar de lo más profundo de nuestro ser emociones que creíamos ya enterradas. Esa es, creo, la principal razón de su éxito universal. Sentimiento puro, sin edulcorantes, primigenio.

Eso era el fondo.
En la forma, Miyazaki prescinde de la tecnología punta y utiliza exclusivamente, y de un modo extremadamente simple - que no sencillo- el dibujo y el coloreado a mano. Algunos podrán pensar que, en un mundo invadido por la animación digital, la apuesta de Miyazaki por trabajar exclusivamente con papel, pinceles y lápices de colores es conservadora, incluso retrógrada. A ver si son capaces de decir lo mismo cuando contemplen la huida de Ponyo del palacio submarino y el impresionante maremoto de peces gigantes que ese hecho desencadena.

Mención aparte merece la magnífica música del habitual Joe Hisaishi (Nagano, 1950). Su trabajo, como de costumbre, es fundamental como complemento de las escenas. Sólo un par de ejemplos: el prodigioso comienzo, con Fujimoto alimentando y dando vida al universo submarino.
Y mi favorito: la carrera de Ponyo sobre los gigantescos peces-ola, persiguiendo a Sosuke.
Para mí, la imagen más imborrable de una película repleta de ellas.

Ah! que no me olvide de "Gake no ue no Ponyo", la canción.
No lo puedo remediar, llevo toda la semana cantando por todas partes " po-nyo po-nyo ponyo sakana no ko... ".
Qué triste! A mi edad!

Sí, amigos míos, sí... esto también es pop.

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