domingo, 10 de mayo de 2009

Un mundo extraño

En la anterior entrada les hablaba del regreso de Hayao Miyazaki al mundo infantil con "Ponyo en el acantilado".
Digo regreso porque en sus últimas obras, "El viaje de Chihiro/Sen to Chihiro no Kamikakushi / Spirited away" (2001) y "El castillo ambulante / Hauru no ugoku shiro / Howl´s moving castle" (2004), Miyazaki exorcizaba partes más oscuras del alma humana, en concreto las que llevan de la infancia a la adolescencia y de ésta a la edad adulta.

Quedé profundamente turbado tras el visionado de "El viaje de Chihiro".
Ya conocen esa sensación que se tiene cuando, días después de haber visto una película, ésta sigue proyectándose en el interior de su cabeza, revelándoles nuevos significados, conectando con zonas recónditas de su ser, despertándoles emociones pretéritas.
Les confieso que, aunque no sea siempre una experiencia agradable, si que es algo que espero recibir de cualquier actividad artística, algo que sé apreciar: su capacidad para removerme por dentro.
Con "El viaje... " ésto me sucedió constantemente, sin que supiera racionalizar con exactitud el motivo hasta transcurrido un tiempo.

Les pongo un ejemplo.
En mi escena favorita, Chihiro tiene que viajar lejos para pedir disculpas a una hechicera. Hace ese viaje en un tren que surca las aguas de un inmenso pantano.
Miren el fotograma que abre esta entrada: Chihiro y Sin Cara, una niña y el espiritu que la acompaña, sentados en un solitario vagón de ese tren. Están callados, absortos en sus pensamientos. En conjunto, transmite la misma sensación desoladora que encontramos en las pinturas de Edward Hopper.

Al comienzo de la película, un tunel al final de una pista forestal, lleva a Chihiro y sus padres a un parque temático abandonado: el contraste entre el solitario lugar y el radiante día (con Miyazaki, la hierba es más verde, el cielo más azul, las nubes más blancas que en el mundo real) contagia desazón. Instantes después, los padres de Chihiro se verán convertidos en cerdos glotones y ésta, cual Alicia en el País de las Maravillas, deberá demostrar inteligencia y autosuficiencia para sobrevivir en este extraño mundo, donde los espiritus se bañan en un balneario, los trenes flotan sobre el agua, los bebés son gigantes y se convierten en ratones, los chicos son dragones heridos, donde hay ancianas brujas y pájaros de papel...

Cuando Chihiro abandone aquel lugar, se quedará durante unos instantes mirando el túnel oscuro que le llevó a él, y sabrá que su vida ya no volverá a ser la misma. En su mirada sostenida adivinaremos la nostalgia por algo que ya no volverá a conocer, que irremisiblemente quedará atrás. Es en esa mirada donde nos reconoceremos, y nos acordaremos de nuestra niñez, cuando el mundo adulto empezó a llamar a las puertas de nuestro pequeño universo infantil, creando extrañas y pesadillescas imágenes en nuestros sueños, asfixiándolo, hasta sepultarlo al final de un tunel del que ya no hemos vuelto a saber nada .

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