lunes, 22 de junio de 2009

Toshiko

Días atrás recibí una carta desde Japón.
La enviaba Toshiko, una de las tres señoras con las que compartí desayuno a diario en mi última visita a Japón.
No sé que es lo que me emocionó más, si el hecho de volver a saber de ella año y medio después de mi regreso o que fuera a través de una carta compuesta por 3 hojas manuscritas y redactadas integramente en castellano. Me habían llegado noticias de su voluntad de escribirme.
Ahora comprendo el porqué de su tardanza.

Con Toshiko compartí una noche inolvidable en Ikegami.

Una mañana, mientras desayunábamos, me propuso ir el viernes a una celebración (mi comunicación con Toshiko, al igual que con Setsuko y Kyouko, las otras dos señoras, no fue muy fluida debido a mi desconocimiento del japonés y el de ellas del castellano, pero llegamos a entendernos a base de mucha voluntad y curiosidad).
En mi ignorancia, pensé que sería algún tipo de verbena de barriada y, para ser sinceros, no mostré mucho entusiasmo ante la idea; sin embargo, para corresponder a su amabilidad al invitarme, acepté.

Aquel viernes, despues de cenar en un kaitensushi de Yokohama, tomamos un tren hasta la estación de Ikegami, en Tokyo.

Al salir al exterior, un gentío bailando y tocando flautas y tambores, un presagio de lo que estaba por venir: Toshiko me había llevado al Oeshiki, un festival budista que se celebra cada año en el templo de Honmonji y que en su climax, la noche del 12 de Octubre (esa misma noche), llega a congregar a centenares de miles de espectadores.

Durante todo el recorrido que lleva hasta el templo, Toshiko no dejó de explicarme todo lo que veíamos (aunque yo no entendiera casi nada de lo que me decía), me hizo tocar panderetas y tambores, me presentó a los participantes en la procesión; me mató también de sed, en su empeño para que no adquiriera cerveza en los tenderetes callejeros, sino en una "convenience store" (una tienda mucho más barata) que nunca aparecía.Ya dentro del templo, incluso consiguió convencerme para que me uniera a tocar el tambor con la gente allí sentada.
Ha pasado ya tiempo, pero aún recuerdo la sonrisa de las chicas haciendo girar sus linternas, el olor de la comida de los yatai , al artesano convirtiendo la cera en dragones...
Una última imagen -imborrable- de aquella noche, uno de esos instantes mágicos e imperecederos: la visión nocturna de la interminable procesión de mandos (linternas gigantes adornadas con flores de cerezo artificiales) desde lo alto de la escalinata de acceso a Honmonji.




Unos días después, mi pequeño mundo japonés comenzaba a desmoronarse.
El conocer que había cierta enemistad hacia Toshiko por parte de Setsuko y Kyouko se añadió al pesar interior que arrastraba pensando en mi regreso. Lo que menos necesitaba en ese momento era una dosis extra de realidad en forma de rencilla entre compañeras.
Nunca quise tomar partido por ninguna de ellas. Entre las tres, compartiendo algo tan sencillo como un desayuno en una estación de tren antes de ir a trabajar, consiguieron transmitirme una calidez cotidiana, una sensación de pertenencia a un lugar que de veras agradecí.

Despues de mucho tiempo, Toshiko me ha enviado una carta, tan extensa como abstracta, en la que ha puesto el corazón. Y he vuelto a recordarla aquel día, contándole cosas sin parar a un tonto y estúpido español sediento, que estuvo a punto de rechazar su invitación y que contemplaba, asombrado y boquiabierto, una celebración única e irrepetible que no olvidará el resto de su vida.

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