jueves, 2 de julio de 2009

Al día siguiente, bajo a la playa.
Ahí estoy, a las nueve y media de la mañana, cuando el agua del mar todavía está calma y la arena aún no ha quedado oculta por las toallas de la gente que está por venir.
Después de un baño, comienzo la lectura de " La isla" (1942), de Giani Stuparich (Trieste, 1891), editado por primera vez en España el pasado año.
Al cabo de una hora lo he terminado, y tengo un nudo en la garganta y la vista anegada en lágrimas.

En"La isla", un hombre enfermo pide a su hijo que abandone su verano en las montañas y le acompañe, quizá por última vez, a la isla en la que nació.
En ese viaje, plagado de recuerdos, ambos tomarán conciencia de lo que que significan el uno para el otro y comprenderán lo que están a punto de perder.
Contada desde los pensamientos del hijo, dotada de una lucidez y una capacidad de evocación asombrosa, "La isla" duele de veras, pero al mismo tiempo es toda una celebración de todo lo que de hermoso tiene el ser humano. Son 100 páginas bellas y verdaderas, que se leen en un suspiro pero que les acompañarán toda su vida.

Termino el libro y pienso en mi padre, en mis padres, en el tiempo que nos queda juntos, y vuelvo a sentir ese nudo en la garganta, y pienso en esa maldita dificultad que tengo para exteriorizar mis sentimientos, para convertirlos en palabras, para poder decirles algún día "papá, mamá, os quiero ".

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