martes, 9 de febrero de 2010

Cristales rotos


El que ha hecho ésto es un imbécil.

Ví el primero de estos carteles mientras conducía hacia el trabajo, y pensé "¡Vaya, otro idiota entreteniéndose en romper cristales!".
A escasos metros, después de girar en un cruce, ví el segundo, e imaginé a uno de esos típicos vándalos de fín de semana que tanto abundan por estos lares, dedicándose a golpear sistemáticamente en el mismo punto los cristales de todas las marquesinas que contenían idéntica publicidad.
Cuando más adelante apareció el tercero, empecé a sospechar de la precisión que presentaban todos los impactos, de la similitud en el resquebrajamiento del vidrio.
Al día siguiente, me paré a observar con detenimiento una de las marquesinas y pude comprobar que la simulación de cristal roto forma parte del cartel publicitario.
El efecto visual está plenamente conseguido.


La idea publicitaria de la firma Unno es bien sencilla: su ropa interior masculina es tan cómoda que realza la zona genital y le deja el espacio libre que no le deja el cristal, por eso acaba rompiéndolo. No cabe duda de que está creada pensando en el soporte donde va a ser expuesta -las marquesinas acristaladas habilitadas en aceras o las paradas de autobuses de zonas urbanas- por lo que podemos hablar perfectamente de premeditación.
Sus creadores saben perfectamente lo que están haciendo, como también saben que estos elementos de mobiliario urbanos son uno de los objetivos preferidos de quienes ejercitan la violencia urbana, como así atestiguan tantos domingos que amanecen bañados en cristales rotos.


Quizás lo que les estoy contando les parezca una minucia, una tontería, pero es que empiezo a estar harto de la "creatividad" de algunos creativos publicitarios, de cómo el "todo vale para vender" se aplica sin ningún tipo de escrúpulos ni miramientos: en esta ocasión, el entorno urbano es el campo de batalla y nosotros somos las víctimas a cobrarse.

Estoy harto de caminar esquivando excrementos y orines de perros que tienen a cerdos vestidos de marca como dueños, harto de ver manchadas las paredes y las fachadas, no de grafitis, sino de estúpidos garabatos realizados por niñatos que se mandan mensajes absurdos con móviles de 300 euros; harto de colillas y papeles en el suelo, cerca o alrededor de papeleras vacías; harto de muebles abandonados y teles rotas, de los restos de la última reforma del baño o la cocina, cercando los contenedores de la basura; de ver restos de pizzas, hamburguesas y cocacolas abandonados en los bancos públicos; del olor a orina de los portales y los pasos subterráneos en las mañanas de domingo, de ver la arena de la playa repleta de los restos del botellón nocturno, de papeleras quemadas, de paradas de autobuses y cabinas telefónicas con los vidrios hechos añicos...

Cuesta mucho crear belleza en un entorno hostil; la fealdad, en cambio, se alimenta sólo de ella misma y crece exponencialmente.
Convivimos con demasiados cristales rotos para que en los que no lo están haya que simularlo.

Y por cierto: jamás compraré productos de Unno.

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