martes, 1 de septiembre de 2009

Amar y morir en Japón



He comenzado y despedido mis vacaciones de verano con 2 estrenos de cine que han vuelto a traer Japón a mi mente.

A finales de julio se estrenaba "Despedidas/Okuribito" (2008), la película japonesa que, contra todo pronóstico, se llevó el Óscar al mejor filme extranjero en la última edición de estos premios.

En ella se nos cuenta la historia de Daigo, un joven violoncelista que, al disolverse la orquesta en la que tocaba, se ve obligado a buscar un nuevo empleo. Lo acaba encontrando lejos de Tokio, en su ciudad natal, como ayudante de un amortajador ya veterano. Aunque su esposa y sus vecinos contemplan con desagrado este trabajo, Daigo acabará descubriendo en este ritual de muerte la motivación que le faltaba a su propia vida.

"Despedidas" es, a pesar del tema que trata, una amable comedia ribeteada con fino hilo melodramático y pespuntes de humor negro por Yojiro Takita, su director, quien la ha filmado de forma tan funcional como elegante. De muy agradable visionado, su mayor interés y su mayor mérito reside en mostrar con suma exquisitez la respetuosa, minuciosa y precisa ceremonia budista de amortajamiento, realizada ante los familiares del difunto, y contraponerla al rechazo social que provocan sus oficiantes. Aquí es donde queda en evidencia (de modo similar a cómo ocurría en la inconmesurable "El verdugo", de Luís García Berlanga, pero de forma muchísimo más ligera, sin la mala leche y el vitriolo de ésta) la hipocresía y la incomodidad que rodea a la muerte y sus rituales.

No quiero dejar de mencionar el buen trabajo de sus dos actores principales, Masahiro Motoki y Tsutomu Yamazaki (aprendiz y maestro), y la hermosa música con que ha arropado la película el inevitable (e imprescindible) Joe Hisaishi.



El pasado viernes se estrenó "Mapa de los sonidos de Tokio" (2009), el último trabajo de la directora Isabel Coixet.

De los anteriores ya les dí mi opinión aquí; pues bien, lo mismo que decía ahí de "La vida secreta de las palabras" se puede aplicar, punto por punto (incluido el de la canción de Antony & the Johnsons), a ésta. Me sabe mal decirlo, pero tanto amor por Japón, tanta pasión por Tokio que profesa su autora, para acabar vertido en su película más desapasionada, más torpe, más aburrida, en la que (casi) nada resulta creible.

"Mapa... " nos cuenta la historia de ¿amor? ¿pasión? entre David, un catalán que vende vinos españoles en Tokio, y Ryu, una trabajadora de Tsukiji (la lonja del pescado de Tokio) que en sus ratos libres se dedica a asesinar personas por encargo. La novia de David se suicidó hace un mes, y su padre culpa a éste del suceso; el joven socio del padre, enamorado en secreto de la fallecida, sugiere acabar con David, y para eso contrata a... Ryu, que al conocerle acabará enamorándose de él y negándose a cumplir con el encargo. Todo esto nos lo contará -es un decir- un silencioso ¿amigo? de Ryu, dedicado a grabar los sonidos de la gran urbe tokiota y testigo sonoro de su trágica relación.

Bueno, si les ha parecido artificioso el argumento, esperénse a verlo plasmado en imágenes. Estamos en el terreno del melodrama al filo de lo imposible, desaforado pero glacial, y para eso hace falta más, bastante más que mostrar los lugares que más te gustan (Tsukiji, Koenji, Shimokitasawa, etc), enseñar prácticas y sitios "sorprendentes" (comer sushi depositado sobre mujeres desnudas, extravagantes terapias de grupo, los love hotels), querer epatar con unas escenas de sexo supuestamente dirigidas al público femenino, y vestirlo todo de forma presuntamente cool.

Coixet se ha puesto un objetivo muy elevado: ha querido ser Wong Kar-Wai y Jean-Pierre Melville adaptando a Murakami, pero se ha dejado la pasión, los sentimientos y la credibilidad de sus personajes en casa y su filme vuela cansinamente a ras de suelo, y esa supuesta cadencia onírica de sonidos y estampas que pretende crear acaba siendo un puzzle deslabazado donde las piezas están encajadas a golpes en el lugar que no les corresponde.

De la debacle salvaría la actuación de Rinko Kikuchi (magnética en su hierática fragilidad) y la fotografía de Jean-Claude Larrieu, quien sí da con el tono que desgraciadamente no tiene la historia.

Isabel, al igual que Pedro (Almodovar), padece el "síndrome del autor", ese por el cual se es mucho más artista si ruedas tus propias historias. Pero talento visual y talento narrativo no siempre van de la mano; es entonces cuando es necesario (como bien hizo Isabel en "Elegy", para mí su mejor trabajo) recurrir a un buen guionista. A ver si aprenden de Ang Lee -al que seguro ambos admiran-, maestro en cualquier género que toque y sin haber escrito un sólo guión desde que dejó Taiwan.

Ah! se me olvidaba: Isabel Coixet también ha convertido la historia de esta película en su primera novela. Como que me gusta más como escribe (al menos eso pienso leyendo sus artículos en prensa) que como filma, le concederé el beneficio de la duda, a ver si por esas...

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